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Hacía tiempo que el Salón del Cómic no recibía la visita de personajes ilustres y de nivel. Me atrevería a decir que el último gran invitado que tuvieron fue Su Santidad Sam Lake, creador de Max Payne (los buenos), Alan Wake (el cual presentó en el salón de 2010) y Quantum Break (análisis aquí). Seis años más tarde, las puertas del recinto de Montjuic se abrieron para dar paso a las dos mentes más brillantes que han pisado la feria: Mørgen y yo. Os cuento nuestra crónica a continuación.

Hablando un poco más en serio, el trigésimo cuarto salón será recordado durante muchos años por ser el del «frankmillerazo» y la censura, cosas que desde Ficomic deberían evitar para dar una imagen menos cañí del que se supone que es uno de los mayores eventos de cómic en Europa. Como podréis imaginar por el nombre que se le ha dado al incidente, algo sucedió con la visita de Frank Miller (autor de 300, Sin City, El regreso del Caballero Oscuro, Ronin, Elektra y mil y un cómics más pobremente escritos y peor dibujados, pero con mucho carisma).

Cuando alguien de tanto renombre organiza una sesión de firmas, lo normal es que se repartan tickets a las personas que se acerquen a los stands y así asegurarse un puesto cuando llegue la hora. Bueno, a veces… Con el caso de Miller, y sabiendo que la gente formaría barricadas a las 4 de la mañana para guardar sitio, en ECC Ediciones se cubrieron en salud montando un sorteo online que no te garantizaba la firma. Suena de traca y lo es. Aunque te tocara el premio y tuvieras un ticket para la firma, antes de ponerte a la cola tenías que gastarte un mínimo de 10€ en el stand de ECC, presentarlo y entonces te firmaba.

La verdad, esto me parece una falta de respeto increíble a los seguidores de Miller y no sé hasta qué punto Ficomic puede actuar, pero no le da buena imagen a su salón. Mientras tanto, yo fui tan tranquilamente a la parada de Astiberri, me compré ‘Yo maté a Adolf Hitler’ y Jason, el husbando de Mørgen, me lo firmó tranquilamente, dibujándome a su ratonesco Führer echándose un cigarro mientras una pistola le apuntaba por detrás. Y sin tickets, sorteos, ni compras extra.

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El tema de la censura ya es algo peliagudo y en lo que Ficomic sí tiene implicación directa. En una de las exposiciones del recinto, el dibujante Miki Montlló tenía puestas varias obras suyas, entre las que se incluían tres mujeres desnudas. Como vivimos en Españistán y los valores fascistas y religiosos nunca se pierden, todavía pulula por ahí gente que se sorprende, asusta y ofende al ver un coño. Una vagina. Un chomino. Una almeja. Un conejo. La sonrisa vertical. Para ciertos individuos, esa sonrisa se convirtió en una mueca de desagrado y decidieron quejarse a la organización, la cual, con el rabo entre las piernas, obedeció y quitó los tres cuadros.

Según cuenta el propio autor, cada vez que le llamaban le soltaban alguna excusa diferente, pero el resultado era el mismo. Diría que tanto los moralistas retrógrados que se quejaron como Ficomic son culpables, pero no. Los primeros todavía viven en la España que huele a ropero cerrado y no van a cambiar su cavernícola forma de pensar, mientras que los organizadores se supone que se tienen que poner de parte del artista y defender su obra, ya que para algo se la pidieron. ¿Por qué, entonces, exhibirla si a la mínima la retiran por miedo a represalias o quejas? Le hacen un flaco favor al mundo del cómic y a su imagen, por descontado.

Esto es la RV. Así de triste de ve en vivo.

Así de triste es la RV. Niños rata esperando para jugar solos mientras sus amigos miran. Como el que se hace una paja en grupo.

Por desgracia, no fue la única exposición mutilada, pero la otra no lo fue por mostrar higos peludos. A Victor Puchalski le censuraron por dibujar pollas, rabos, cipotes, nabos, carajos, cimbreles, manubrios, pichas y una esvástica formada por estos miembros.

No deja de resultarme curioso que un salón en el que se ven tantas esvásticas (en muchos stands veías obras como Adolf de Tezuka o Maus de Art Spiegelman), las que causen pavor sean las formadas por un cuerpo cavernoso y capullo brillante que poseemos el 49% de la humanidad. La forma de asustarse u ofenderse por algo tan anodino como un vergado nunca dejará de sorprenderme.

Afortunadamente, las cruces gamadas tienen vía libre en los stands de los fanzines, donde me compré uno muy curioso llamado HEIL!, con portada parodia de la revista ¡HOLA! en la que aparece Hitler con Helga Goebbels. Un reportaje precioso y al final vienen divertidísimos pasatiempos como la sopa de letras nazi, el laberinto para ayudar a nuestro amigo Broflovski a llegar al final y robar a ciudadanos honrados, las tiras cómicas de Garßield, el gato nacionalsocialista favorito de todo el mundo*.

El nazismo no es gracioso, niños. Excepto cuando lo es.

El nazismo no es gracioso, niños. Excepto cuando lo es.

Y hablando de fanzines, ahí va otra queja. Como algunos ya sabréis, me gusta dibujar. Es una de mis grandes pasiones y me gustaría ganarme la vida con ello. Pero viendo cómo se trata a los fanzineros en el salón, cada vez me lo planteo menos y empiezo a mirar otras opciones que, si bien no tienen tantos visitantes como el evento de Ficomic, sí me podría dar más exposición, aunque suene contradictorio. Y es que parece que cada año se esfuerzan en marginar más y más a la gente que empieza, para que se les vea menos y estén en rincones más apartados y poco afortunados. Los fanzineros son los castigados del salón. Unos años los ponen en una esquina, otros rodeados de columnas, otros de cara a la pared y este año, directamente, al lado del cagadero. Así es. Fanzines y mierda, por fin juntos, gracias a la maravillosa organización.

Puedo entender que no quieran ponerlos en el centro del recinto, porque ese lugar pertenece a Norma, Planeta, ECC y El Corte Inglés y nadie quiere que esos pobreticos pierdan algunos céntimos de venta, pero de ahí a tener a los 17 fanzineros en un rincón que no medía ni un tercio que los stands de los grandes, es vergonzoso. Más cuando había un pabellón prácticamente ocupado por coches y motos…

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Se me ocurren muchas exposiciones interesantes para un salón que llame la atención de la gente. En el del manga suelen hacer muchas de comida, algo que siempre es de agradecer y a todo el mundo le gustan los dorayakis de Doraemon o el ramen de Naruto (o lo que sea que como ese pseudo-ninja). O muestras de armaduras y espadas usadas por personajes de series conocidas. ¿A quién no le gustaría ver una réplica a tamaño real de Alphonse Elric o las espadas de Soul Calibur?

Casi cualquier cosa tiene más gracia que una exposición de coches de Seat inspirada en vehículos que aparecen en cómics… Y así lo demostraba el recinto, que permaneció vacío los dos día que acudimos. La única gente que entraba en él era para acercarse al stand de Nintendo, el cual me sorprendió gratamente. En el fondo es otra queja para Nintendo, porque es lamentable que en el salón del cómic tuviéramos más juegos y novedades de las que presentarán en el E3 de dentro de unos meses, pero se agradece que trajeran tantas consolas con Monster Hunter Generations, Fire Emblem Fates, Yo-Kai Watch e incluso organizaran un torneo de Smash Bros 3DS en el que no quise participar porque no me apetecía frustrar los sueños de la chavalada. Además, había una pequeña exhibición de joyas nintenderas que llevaron los fans, entre los que se encontraba Elendow. Ganas me dieron de alunizar y llevarme ese Ocarina of Time Master Quest japonés para GameCube.

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Por lo demás, el Salón del Cómic sigue como siempre, para lo bueno y para lo malo. Las editoriales y tiendas pequeñas ofreciendo buen trato a los clientes, llevando autores que no son tan conocidos pero se agradecen; las paradas de rotuladores y pinturas haciéndome babear como un gorrino viendo todo lo que no podré comprar; las botellitas de agua a 2€; el stand de Wacom ya no me hace morirme de envidia porque tengo una Cintiq; y las exposiciones un poco cojas. En una de las dos principales, la de súper heroínas, Mørgen tuvo la decepción de no ver a la Capitana Marvel por ningún lado. Cierto es que no se trata de la más popular de todas, pero es que pusieron a una niña llamada «Juanita La Chachimolona» (no era así, pero no voy tan desencaminado) que daba más pena que gloria. Y para no salir del salón con el brazo en alto o con el bigotillo «de Chaplin», me compré Ghost World, que no era plan de llegar a casa con dos cómics con esvástica en las portadas. Aunque como no salían pollas, tampoco se iba a escandalizar nadie.

*Que quede claro que no apoyo el nazismo, pero es que es ver a Hitler, Kim Jong-un, Mussolini o cualquier dictador en alguna portada y suelto la billetera.


4 comentarios

Topofarmer · 12/05/2016 a las 19:56

Buena mojigatería del Salón, que se note dónde vivimos :golfclap:

El reportaje mu divertido y con mucha razón. Qué asco de vida a veces el cómo se montan estas mierdas.

KKnot · 12/05/2016 a las 21:06

A ver si algún año puedo ir al salón de Barcelona… yo este año he vuelto al Expomanga de Madrid, y la verdad que muy bien se lo han montado este año, salí encantado, aunque mucha gente, y como no, más Yoshis se vinieron conmigo XDDD

Elendow · 13/05/2016 a las 13:06

Mi maravilloso Zelda MQ de GC :’) tenerlo en casa y que no lo vea nadie es un delito, me alegro que te gustaran mis cosas 😀

Por lo demás, yo estuve también y comparto todas tus opiniones u.u

Dunkelheit · 16/05/2016 a las 15:33

Osea… el salón del cómic se empieza a contagiar del salón del manga, no?

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